Estos días en el estudio ha habido un tipo de “jaleo” curioso. Me imagino que comparto con vosotros los efectos del verano, las vacaciones de quienes se están animando a escaparse y la histórica crisis que está provocando el coronavirus, pero a pesar de todo hay mucha actividad en N7. Lo primero, no hice el diario de la semana pasada, pero la principal razón es que tenía que trabajar más con el personaje de esta semana para poder transmitiros cosas… Viene una vez a la semana porque no recomiendo más.
Dos veces han venido en pareja. La situación para mí es el momento más feliz del día pero puede parecer más complicada empezando por abrir la puerta y realizar todo el protocolo de higiene, pero el eufórico saludo y su longeva sonrisa hacen que cualquier cosa sea poco. Como vienen con sus enfermeras que son muy “majas” para mi es muy sencillo organizarlo todo, cada una pasa empujando la silla de ruedas de cada uno, esperan para tomar la temperatura, limpiar los zapatos e higienizar todo antes de ingresar a las instalaciones. Esos días venían juntos porque quien domina quería asegurarse de que quién es más dependiente está en un sitio seguro.
La primera vez le animé a mirar alto e imaginar el horizonte, que casualmente lo encontramos en la foto tan preciosa que tengo colgada en el estudio, me decía que ahí está el sol. A través de una larga entrevista, el tener que observar el estado de sus cervicales, qué tan organizadas están las escápulas, si controla del centro abdominal; entender por qué su pierna derecha tiembla por la patología nerviosa que presenta y que le ha traído a hacer Pilates para andar mejor, he llegado a entender que tiene que desapegarse psicológicamente de la silla para poder emprender el camino de hacerlo posible físicamente. Ha sido una conexión preciosa desde el primer momento, que le ha dado seguridad.
La segunda vez, una de las amables recomendaciones de su pareja fue ponerlo en marcha, aunque no lo tenia planificado así, al final de la clase lo hice. Me ha tendido sus manos para poderse sostener y me ha regalado el mejor paseo de mi vida, de la mano de la sabiduría de noventa y dos años se ha parado el tiempo durante cinco minutos. Su pareja me miraba con una cara de agradecimiento que no puedo describir pero lo pude interpretar con sus ojos, porque la mascarilla nos está castigando con la sonrisa. Como se cansaría rápido preferí ser prudente, le llevé a la silla y se fueron con un “Dios bendiga sus manos”. Soy verdaderamente afortunado.
Para la tercera vez, ya no éramos cinco personas en una sesión individual, sino tres. Su pareja ya se fía de mi trabajo y además de venir dos veces en semana individualmente, le ha permitido venir con su enfermera nada más. Hemos hecho nuestra rutina inicial de mapping para que su cerebro entienda los movimientos que íbamos a hacer durante los siguientes 25 minutos y finalmente nuestro paseo.
Esta vez hemos hablado del cariño que le tiene a Costa Rica (donde yo nací) y me contó que enseñó derecho durante un tercio de su vida y que mi forma de enseñar le recuerda esa época.